Comenzó un enero más en la vida. Otra temporada de aguantar infernales viajes en combi, de noches cuando el calor no te deja dormir o de mañanas cuando sol te quema impunemente la carita. Así es el verano.
Hasta ahora recuerdo aquellos tres años en los que viví entre inviernos y otoños. Entre el clima seco y refrigeradoril de West Chester y la húmeda Lima con su risible lluvia. Ah! cómo te extraño ahora, panza de burro! Había olvidado lo impetuoso que puede ser el sol de verano en Lima, y de las ingeniosas maneras de soportar tales desmanes: desde el rico Artika de cincuenta hasta las gaseosas de mano en mano en el micro.
También comienza las huidas furtivas a la playa. Así extraño mucho el instante en Chepeconde, que ahora pasará a ser una bonita foto colgada en alguna pared impar de mi dormitorio. También a Los Pulpos donde el pobre Lento padeció los embates de las olas. Playa Blanca, la de la hamburguesa de luca y media que parecía lo más sabroso para los sobrevivientes a la lucha cuerpo a cuerpo con Poseidón, que siempre te deja la boca ensalinada (con su respectiva ración de arena en los bolsillos interiores, por supuesto).
Que este verano nos sea propicio, divirtámonos y ganemos el niño y a sus travesuras.
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